El niño que soñó la cima del Tungurahua

Tenía 12 años cuando vi a la ‘Mamá’ Tungurahua por primera vez. Fue durante el viaje de fin de curso a Baños. Yo iba en la ventana, en la parte trasera del bus, donde se metía relajo con los compañeros del Sexto B de El Cebollar. Pero paradójicamente no iba de bullanguero, sino extasiado con las elevaciones de la Avenida de los Volcanes: el Pasochoa, el Corazón, los Illinizas, el Cotopaxi… Ese fue mi primer contacto con la nieve, con la majestuosidad de nuestros Andes.   

                                              La "Mama" Tungurahua. Foto: Juan Carlos Bayas
Era julio de 1997 y ese viaje cambió mi vida para siempre, y no porque a la vuelta todos tomarían distintos caminos en el Mejía, el Montalvo, el San Gabriel o, en mi caso, en el Central Técnico. Cambió mi vida porque una inmensa pirámide de nieve ante mis ojos (aún no había efectos del cambio climático) me mostraba lo diminutos que éramos ante la naturaleza, también porque me dejaba admirar algo que aún no había sido registrado por mis sentidos. Entonces le pregunté al licenciado Andino por su nombre y me dijo: “es el volcán ‘Mama’ Tungurahua”.

Tenía 12 años cuando supe que mi vida estaría en las montañas, cuando decidí que caminaría entre nieves perpetuas y que conquistaría las cimas más altas del mundo. Ese era el sueño romántico de un niño que transitaba a la adolescencia, pero que tenía problemas familiares, escasos recursos económicos, un niño que quizá con suerte iba a terminar el bachillerato. 

La Avenida de los Volcanes. Foto: Jorge J. Anhalzer
Pero era mi sueño y lo vivía a diario. Entonces empecé a coleccionar libros de andinismo, fotografías de montaña y hay una que no se borra de mi mente: la escalofriante imagen del Cotopaxi desde el abismo del Pasochoa. Buscaba los rankings de las montañas nacionales, sudamericanas y europeas, hasta que pronto descubrí que la cima mayor era el Everest. 

Por aquel entonces, Fabián Zurita empezó a hacer rutas de montaña. No había redes sociales, el contacto de agenda deportiva era la revista La Familia de El Comercio. Las rutas costaban en promedio 30 dólares, los cuales no podía conseguir porque me faltaba dinero, tampoco contaba con el equipo de montaña y con las justas tenía la colación para el colegio. Trabajaba cuidando carros en el Zoológico de Guayllabamba, lijando motores industriales en una cerrajería, tomando fotos carné con mi abuelo, pero la plata era para apoyar a la casa. 

 El séptimo ser humano en subir y sobrevivir a las 14 ocho miles. Foto: Iván Vallejo
Poco a poco el sueño se empezó a desvanecer en la cotidianidad hasta que el 27 de mayo de 1999 Iván Vallejo llegó a la cima del Everest, a 8.848 msnm. Creía y creo que fue la proeza más grande de nuestro deporte, por encima del Roland Garros de Andrés Gómez o la medalla de oro de Jefferson Pérez. Un ingeniero politécnico, oriundo de Ambato, conquistó el techo del planeta sin oxígeno suplementario, un ingeniero muy humilde y de rasgos muy aindiados. 

Parecía que el sueño se reactivaba motivado por terceros que no conocía, sin embargo, una cosa llevó a otra, la etapa del colegio, las primeras novias, los años de la universidad, la graduación, el periodismo de la calle, las deudas, el arriendo, etcétera. Y cuando me di cuenta tenía 29 años y el objetivo nunca se había cumplido. Seguía contemplado a la “Mama” Tungurahua desde el balcón de Baños, viendo cómo mis sueños se desvanecían en la adultez.

Dejé de cumplir metas en la pasividad del hogar, en los noviazgos rutinarios, en el trabajo desmedido para el gobierno de turno, en la botella de alcohol, en la cajetilla de tabacos... Sin embargo, el sueño no se iba a detener, yo debía ascender a esas cumbres que tanto me seducían. Paso el tiempo y llegó la catarsis, la ruptura del ayer, y Kuntur Adventure se atravesó en mi camino. Pero esa es otra historia.

Summit Tungurahua. Foto: Juan Hadatty
El 9 de abril de 2017, a las 06:30 am, luego de ascender dos kilómetros positivos (14 kilómetros de escalada zigzag y vertical), llegué a la cumbre del volcán "Mama" Tungurahua. Luego de 20 años exactos pude darle gusto a ese niño curioso, del Sexto B de El Cebollar, La Salle, que comía grosellas con sal mientras contemplaba una pirámide de nieve tan gigantesca como sus sueños. 

No lo podría haber hecho solo. Mi agradecimiento a franceses, italianas, españoles y a mis compatriotas que nos dimos ánimos para alcanzar la segunda cumbre más exigente del país. "El dolor es transitorio, la gloria es inmortal", me dijo un día el gran Diego Villacrés. Cuánta razón tenía. 

Refugio del Tungurahua, 3.300 msnm aprox. Foto: Ramiro Garrido
Escribo para mi yo del futuro, porque la memoria es frágil, por una necesidad de abarcarlo todo... para que use esto y lo convierta en literatura, un día. (I)

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