Manual para enamorarse luego de los 30 años
Tiene una boca pequeñita, tan
suave, delicada y sensual. Parece que al menor contacto fuera a desvanecerse, pero
no puedes dejar de ambicionarla con ese labial rosa, que provoca más y más. Sus
labios dibujan una mueca tan sarcástica cuando te mira de frente. No solo es
egolatría sino fortaleza, poderío y seguridad en sí misma. Entonces tus pupilas
deben fugarse para que no te atraviesen las suyas. Sonríe para sus adentros y
tienes la respuesta: te ha vencido. Pero no te sientas mal. No eres el único. Tiene
28, casi 29 años, y ha triunfado sobre todos toda la vida. Casi.
Dublín, Andrés Suárez
Por eso no sabía cómo ni por
dónde entrarle. Su postura no daba margen al error, hablando en términos
futbolísticos, nunca tenía ángulo para hacer el gol. La galantería de siempre
no servía con ella, el periodista oficial, el que vio el sol de
medianoche, el trotamundos, el escribidor… nada. Desconozco los misterios que oculta y no me
importan, solo quisiera comprender su onda sin profanar su pasado. Su frialdad
me desconcierta, me aturde, me deja aún más solo. Alguna vez pensé en alejarme,
ocultar el hecho de que no la entiendo y que me descoloca. Pero no se puede.
Solo sé que desde aquella tarde
en el CCI, cuando la lluvia inundaba Quito, cuando nos sentamos uno frente al
otro, mediados por el aroma de los frutos rojos y la cafeína, yo ya sabía que
quería compartir con ella no una sino todas las tardes -por el resto de los
días-. Es presuntuosa y vanidosa aunque lo niegue. El reto es que la sorprendas
antes que te enumere como a un tubérculo o te encasille como un mero hecho
estadístico. “A ver, ¿qué tienes de
novedoso? Muéstrame esa treta con la que crees que me conquistarás.
O al menos diviérteme”, piensa su mente impávida y diabólica.
Ultra Lords’ dancing by Sheen for Libby
Ciertamente es diferente a todo
lo que he visto, amado o extrañado y por eso no puedo robármela. Me agrada su
lado feminista porque no necesita sacrificarse o amarrarse junto al poste de un
cuartel militar para que los hombres la respeten. Es inteligente,
autosuficiente, soltera, elegante, guapísima y maneja su propio carro, tan
guapo como ella (y por eso yo le puse de nombre Thor). Y es obvio que una mujer
así asusta a los ciento quinientos pretendientes que le surgen todos los días. Muchos
se han ido, menos yo. Y pese a saber de antemano que jamás me hará la cena o
planchará mis camisas, me casaría con ella sin dudarlo (si pudiera), y por fin
dejaría de volar… de pajarear.
No sé si he suscrito mi propia
inmolación pero me agrada su compañía. Amo oír sus historias, sus hazañas
laborales y sus viajes. Adoro su unidad familiar (“no nos matamos y eso basta”, me dijo una vez al referirse a sus
padres); su hermano es del puta madre (¡un soldier
más del anime y del ska!). Me quiebro y me vigorizo en ella, a través de ella, cuando
rememora su problema de la glucosa, el que casi le cuesta la vida, pero que
ahora la sostiene tan fuerte como un gran secuoya americano. ¡Cómo hubiera querido
estar con ella, darle mi mano y sostenerla en esos tiempos de adversidad!
Pero aún no era nuestro tiempo.
Jamás dirá que me extraña o que
me necesita, jamás tomará la iniciativa en una conversación o una cita, jamás
lucirá benevolente, jamás me mimará o me dirá “palabritas” (como refería mi compadre Tushito)
porque ella desconoce de esos ritos parroquiales de conquista. Recuerdo que la única vez que me escribió por su cuenta fue para cancelarme una cita. Debería
acostumbrarme ya, porque esas pequeñas cosas no se han constituido en
una frontera entre su boca y la mía.
Queridos lectores, que no son
pocos, ustedes quizá piensen que lo mejor es la inmediata retirada ante de la inminente devastación, antes de un cataclismo tan parecido a los que suceden en la adolescencia. Más no me moveré ni un milímetro. No fue una casualidad nuestro encuentro.
Hace un año la conocí en la
Tribuna de Los Shyris. Fue un día domingo. El color de su piel alba, sus ojos
claros, su cabello rubio y rizado en movimiento, su cutis perfecto, su cuerpo totalmente firme, su semblante, su
seguridad, su voz… Todo me fascinó desde el primer instante. Le había perdido
la fe a las quiteñas, pero la he recuperado
gracias a ella, a su boca rosa y a su enigmática revolución.
Feels, Calvin Harris & Katy Perry
(nuestra canción)
Seguro cuando lea esto me retará,
dirá que soy un exagerado, como aquella vez que inauguramos mi nueva grabadora
de periodista en el planetario, antes de escribir la ficción sobre el cometa
Halley. Me peleará, es obvio, porque es una niña
malcriada e irreverente. Pero en la soledad de su habitación, donde puede bajar
la guardia tranquilamente, se alegrará mucho de este texto. Ahora mismo estoy
viendo su sonrisa en la oscuridad. (O)
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DEL AUTOR
Gracias a la gente que ha empezado a frecuentar este blog. Lo que nació como una necesidad de recordar y abarcar momentos, se ha convertido en un espacio de reflexión social. Gracias a quienes compartieron la historia del Tungurahua y del Rucu Pichincha, a quienes me han enviado solicitudes al Facebook. Seguiré escribiendo para ustedes, espero al menos una vez a la semana.
Igual sigan los textos de La Barra Espaciadora, periodismo narrativo, y muy pronto los espero en la publicación de mi primer libro de cuentos, que acaba de entrar a edición.
Abrazos.
@EscribidorEC