La vida es una montaña: historias del cerro Puntas



Una vez la Angie Morales me dijo que la montaña es el mejor espacio para conocer a una persona. No para que te diga “mucho gusto, soy fulanito de tal”, sino para evaluarla genuinamente. Nunca me detuve a pensar en ello, pero tenía razón, es el termómetro más preciso. En general existen cuatro tipos de deportistas en los ascensos: previsores, encumbrados, misántropos y clementes. 
Cumbre del cerro Puntas. Foto: Daniel Ortiz.

Los previsores son los más experimentados, quienes lideran el paso, abren la huella entre la paja, la nieve y la roca, los que guían las cordadas, arman estaciones, dominan la orientación, el clima y hasta los primeros auxilios. En ellos descansa la responsabilidad de llevar al grupo hasta la cumbre o de detenerlo en seco ante las adversidades o los peligros. Quienes lideran estas aventuras son por lo general los guías de montaña o los más antiguos de los clubes de andinismo.  
 
Los encumbrados se caracterizan por buscar la cima a toda costa, a cualquier precio. Pueden ser andinistas novatos o con un recorrido respetable. (Eso no importa). Ellos tienen su ritmo, su vitalidad, se saben deslotados, poderosos y potentes, se pretenden como los nuevos sherpas de los Andes. No pocas veces entran en conflicto con los previsores, a quienes presionan para acelerar el ritmo de ascenso, a quienes reprochan por la debilidad del resto del grupo. Entonces se separan: su talento les impide ir despacio y cuando los regresas a ver, ¡ya te dieron boleto!

Los misántropos van a su ritmo, ni tan atrás ni tan adelante. Caminan lo que saben, escalan lo que pueden, aceptan toda recomendación cuando están en aprietos, pero por lo general ascienden solos. Es muy difícil conversar con ellos porque están ensimismados en sus reflexiones. Cuando te acercas a ellos te abren el paso y no tienen intención alguna de pasarte. Son observadores por excelencia, toman fotos al paisaje o te retratan a la descuidada (y quizá por esa razón se los tolera).

Los clementes son los más fuertes de todos pero jamás los verás llegar a la cumbre primero. No, ellos estarán siempre atrás con los rezagados. Prestan sus bastones a los que ya se cansaron, su chompa de plumas a los que tienen frío, sus gafas extras o polainas a los principiantes que aún no compran el equipo. Si caminas con ellos podrás ver como reparten los trozos de panela, galletas, papas fritas, incluso su soda. Los verás contar bromas, arengar a las señoras, a los ancianos, a los abstemios, porque todas sus energías están destinadas a compartir su pasión por la montaña.

Recordaba esta clasificación arbitraria mientras subía la pendiente de 950 metros para la cima del cerro Puntas, el pasado 9 de septiembre. Evocaba mi hiperactividad en el Tungurahua y Collanes, siempre adelante, sin mirar atrás, sin preocuparme del resto, solo yo, el nuevo encumbrado del grupo. No entiendo cómo mi guía no me puteó en el ascenso, si a veces rompía la formación, podía incluso volarme de “La Mama” o ser envestido por los toros salvajes en El Altar.

 Base de la cumbre. Foto: Kuntur 4.

Solía llegar primero a la cumbre para la selfie de rigor, para alimentar ese ego, tan perjudicial y que ha obnubilado ya a decenas andinistas. Solía llegar primero, decía, mientras el Ramiro Garrido y el Juanca Machado siempre venían detrás, con el grupo, creando una nueva generación de montañistas, de esos que necesita nuestro país, “menos machos, más humanos”, como canta Ricardo Williams.

Todo cambió cuando subí al Imbabura. Tan solo quería llegar con la gerbera intacta, la que me entregó la niña mala en su última aparición, porque esa flor representa la vida. Quería subir con la Eli y los panas Kuntur a darle el sentido homenaje a mi padre, que había fallecido en esos días.


 Cumbre del cerro Puntas. Foto: Daniel Ortiz.

La vida es una montaña. 

Adelante están los encumbrados buscando el ascenso, el puesto directivo, el automóvil del año, la casa en el valle, la boda del siglo, sin importar pasar por encima del resto, sin regresar a ver, pensando que los que estamos detrás nos fijamos en ellos, o ellas (qué equivocados están).

Están los misántropos, los que viven sus vidas sin las presiones del tiempo, los alejados del poder, de los lujos, de la coyuntura, de la inmensa carrera que es la vida en los términos aburguesados de competitividad. Pero que tampoco se han esforzado por abandonar la zona de confort. 

Están los previsores, los líderes, los destinados a dirigir los caminos de la gente, quienes no buscan el ascenso, sino que son el ascenso encarnado, en la empresa familiar de papá o en el partido político de moda. Existen jefes que buscan solo el dinero, otros en cambio, el prestigio de la organización.

Y están los clementes, aquellos que entendieron que la vida era para servir (no diré más). Ojalá un día lleguemos a ser los clementes

 KUNTUR 4 en la cumbre. Foto: Jaime Ávila.

¡Cómo me gustó mucho subir al cerro Puntas con todos, al ritmo de todos! ¡Caminando con la Alexita, la Belén, la Eli, el Felipe... y toda la generación de Kuntur 4! Aprendiendo con ellos y enseñando lo poco que hemos asimilado de los páramos y de las nieves perpetuas. Entusiasmados porque el andinismo ha dejado de ser una novelería, para convertirse en una realidad. El Puntas era de las montañas más sagradas para los habitantes del valle de Quito, inclusive más que el Cotopaxi (lo supimos recien con mi novia, un domingo audiovisual en el Parque Arqueológico Rumipamba). 

La chuquiragua, nuestra flor de páramo. Foto: Kuntur 4.

Por sus laderas caminamos 15 kilómetros en total. El enorme Jaime Ávila, quien dice que me llevará a la Whimper y al Aconcagua (veamos si no se hace el bacán), fue nuestro guía. Escaló y aseguró la cuerda en los bolts de la roca.  Ancló una parte de la cuerda como pasamanos hacia la cumbre máxima. Luego subió a 13 escaladores y los bajo en rápel. Parecía que la lluvia y los relámpagos joderían la tarde, pero no pasó y la montaña nos regaló uno de sus mejores ocasos.


 Video del descenso. Abriendo ruta.

Luego de dejar atrás los 4.364 metros sobre el nivel del mar, armamos una nueva ruta de descenso. Fue emocionante resbalarnos entre la paja ichu y las chuquiraguas. Luego comida, una cerveza por cráneo y a dormir. En el Dann Carlton terminó esa jornada de trekking. Vendrá la alta montaña en las próximas semanas, un paso a la vez, pero mientras eso se concreta, seguiremos aprendiendo de las nuevas generaciones de andinistas ecuatorianos. (I)


Entradas populares de este blog

Primer Año Nuevo sin mi padre

A Salamanca no se vuelve (relatos del desapego)