Butaca de fuego en el Guagua Pichincha

La sentencia de José Rodríguez Dos Santos es categórica: “Usted mira el mar y lo ve azul, un perro mira el mar y, como es daltónico, lo ve gris. Ninguno de los dos tiene acceso a lo real en sí, sólo a una visión de lo real. Ninguno de los dos es dueño de la verdad objetiva, sino apenas de algo menos categórico: la verdad subjetiva”. 

 Cumbre del Guagua Pichincha. Foto: Juan Carlos Bayas.
El estudio del fenómeno de los colores comprueba que lo percibido por los sentidos es una ilusión atravesada por el cristal de la vida. El cielo es el mismo, lo que altera es la gama de colores del espectro de luz debido a la nueva posición del Sol, por esa razón se tiene una intensidad fulminante al medio día y unos atardeceres rojizos –inolvidables- en el ocaso.
En sustancia el mar no es azul ni el cielo naranja, violeta o verde. Se contemplan así por una alteración en la distribución de la gama de colores de los rayos solares, la esencia del prisma de Newton que popularizó Carl Sagan. Entonces pareciera que la poiesis creadora ha colapsado ante las nuevas categorías de verdad científica.
Sin embargo, ningún acercamiento objetivo puede subyugar la admiración catatónica del ser humano frente a la luz que penetra por las pupilas y es procesada en el cerebro. No. Las auroras boreales están allí para maravillarnos, no están para explicársenos como radiación solar en los polos de la Tierra. Las medusas danzan solitarias en los mares, nos seducen. Guacamayos y guayacanes yacen allí para nosotros. 

Florecer de los Guayacanes. Foto: Ministerio de Turismo.
Hay millones de fenómenos en la inmensa esfera que cautivan y perturban. Hablaré solo de uno de ellos, el que más me ha impactado en 32 años: el ocaso de Quito, con su crepúsculo rojizo en llamas que aparece en el atardecer, entre 17:50 y 18:50, cuando las nubes se esfuman del horizonte.
¿Quién no ha sacado su teléfono celular para captar esa maravilla?, ¿quién no se ha admirado con esa belleza: el cielo azul teñido de sangre? Todos. 

Ocaso veraniego en Quito. Foto: BVelarde (obtenida de Flickr).
Pero lo que siempre me pareció un deleite adquirió otro nivel cuando ascendimos a la cumbre del Guagua Pichincha. Hace unos días, una veintena de deportistas llegamos a la cúspide del Valle de Quito, a los 4.800 metros sobre el nivel del mar, y pudimos apreciar en primera fila el ocaso. Aquello que capturábamos en el horizonte de Cruz Loma ahora lo teníamos en el infinito de la inmensa esfera, sin montañas que medien su cromática. 
¿Inolvidable? Sí. Porque luego de los Andes Occidentales no hay más montañas. Se observa una escalera de piso climáticos en descenso que culminan en el Océano Pacífico. Entonces nada interrumpe la contemplación de la divinidad hasta la caída y extinción en el firmamento marino. 

Nubes costeras, 19:00. Foto: Damián Frutos.
 
El Sol baja hasta el horizonte costero. Foto: Elisa Barba.
No es como el Mulhacén, que desde su cumbre, la máxima de España, se puede ver el Mediterráneo y luego la Cordillera del Atlás en Marruecos. No, desde los Andes Occidentales se puede ver la inmensidad oceánica guiada por el sol bermellón. Luego vienen las explosiones de beige, sésamo, escarlata, marrón, índigo y otras fronteras luminosas de imposible clasificación.
Cuando vimos el atardecer rojo de Quito nada podía ser más impresionante.
La capital ya había oscurecido pero a 4.800 metros disfrutábamos de una vista inolvidable, un elixir de vida sobre las nubes costeras, era como pisar el cielo y desafiar la gravedad. Nunca vi nada similar. El ocaso nuestro no tiene nada que envidiarle a Tromso y a sus luces del norte, a Nueva Zelanda y a sus paisajes marcianos. No se comparan.
Cuando vimos ese crepúsculo inédito, juro, fuimos infinitos.

Cumbre del Guagua Pichincha. Foto: Juan Carlos Bayas.
 Cumbre del Guagua Pichincha. Foto: Damián Frutos.
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RECOMENDACIÓN
Ir a la parroquia rural de Lloa cuesta 50 centavos de dólar en autobús desde La Michelena, 4 dólares en gasolina desde el norte de Quito. Ya en el pueblo se puede alquilar una camioneta 4x4 para llegar al refugio del Guagua Pichincha, si van en grupos de ocho personas, el valor no supera los 7 dólares cada uno. 

Cumbre del Guagua Pichincha. Foto: Daniel Ortiz.
El punto es dejar el refugio a las 17:00 y caminar 45 minutos para llegar a la cumbre y ver la eternidad. Se recomienda usar botas de montaña de buen labrado, llevar casco (el de la bicicleta sirve), linterna frontal (desde 15 dólares en cualquier supermercado), una chompa abrigada, buffs y guantes de lana.
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