Respetar a la montaña en todo momento, crónica desde Los Illinizas
“Si el Illiniza no te deja llegar a su cumbre, no debes desafiarlo.
La montaña nunca se va a ir, estará esperándote. Serán dos, diez o mil intentos
más. Podrás volver, siempre y cuando
salgas con vida de esta”. Me repetía esta frase en el refugio de la Reserva Ecológica Los Illinizas
mientras pernoctaba para asaltar la cima norte al amanecer. Era la noche del 3 de febrero de 2018.
Jasmín Almeida en la cumbre del Illiniza Norte, 5.126 msnm. Foto: Juan Hadatty.
Siempre será
arriesgado escalar los Andes en invierno debido a la inestabilidad de la roca,
la acumulación de nieve, la caída de granizo, las tormentas eléctricas, la
neblina, el frío constante o la zozobra en el medio ambiente. Por ejemplo, nadie ha sido capaz de escalar la cumbre
del K2 (8.611 msnm) en esa estación (todos quienes lo intentaron están muertos, los grandes maestros Messner y Kukuczka solo pudieron en verano) y
son pocos los que han osado desafiar la Cordillera Blanca de enero a abril (la
mayoría se apunta en agosto).
En Ecuador
los clubes de andinismo son muy cautos: prefieren guiar amateurs grupos de media
montaña durante el temporal invernal. Solo avizoran las nieves perpetuas en los
albores de mayo, junio, julio noviembre e inicios de diciembre. El Altar, Cotacachi, Quilindaña e Illiniza
Sur son casi impensables… Iván Vallejo, Carla Pérez y Esteban Mena lo saben muy bien: no pudieron lograr la cumbre del Obispo a finales de 2017, pese a ser
los más preparados de Sudamérica.
Iván Vallejo y Carla Pérez intentando llegar al Obispo (5.320 msnm). Foto: Iván Vallejo.
Aquella
noche tenía un mal presentimiento, un presagio de mala suerte, una opresión en el
pecho que no me dejaba dormir a 4.700 msnm. ¿Estaba listo para guiar un cinco
mil por mi propia cuenta? Tenía experiencia previa, por su puesto, pero ¿arriesgaría
mi vida y la vida de Juan Hadatty, mi colega comunicador de esa aventura? Y lo más importante: ¿sabría decir “hasta aquí, debemos retornar” cuando
entendiese que la montaña me estaba quitando su permiso para ascender, o me
arriesgaría a buscar la cima pese a condiciones climáticas desfavorables?
Habíamos
dejado el Terminal de Quitumbe a las 14:00. Llovía, llovía mucho. Salir de la
capital fue tarea titánica porque cientos iban a la Sierra Centro para sufragar.
Sin embargo, la retirada tumultuosa era más
que necesaria para evitar hartazgo proselitista de la consulta popular.
Éramos dos
mochileros -en fuga- recorriendo el callejón interandino. Llegamos pronto al
puente de Jambelí, armados con cascos, bastones, linternas, mochilas… y mucha fe
en un clima mejorado para ascender al refugio de Los Illinizas. Tomamos un bus
interparroquial hasta la parroquia Chaupi, en la zona rural de Mejía. Era las
16:00 y el tiempo empeoraba. Había lodo en los caminos vecinales, neblina brumosa
y una la lluvia que fastidiaba. Energías negativas.
Ingreso a la parroquia el Chaupi, desde donde se asciende a Los Illinizas.
Entonces
Juan y yo nos miramos frente a frente para decidir si abortábamos la misión
(quizá ir a comer chugchucaras o bajar a Ambato) o si continuábamos. Pero la
terquedad recorre nuestras venas. Decidimos seguir. Alquilamos un 4x4 hasta el
refugio de la Virgen (USD 10 por persona). Apenas bajamos granizada. Nos vimos
obligados a utilizar la tercera capa impermeable desde el inicio.
Nunca fue
tan difícil llegar a un refugio. ¡Nunca antes el impermeable valía
absolutamente nada! Nunca antes tantas caídas en el lodo y esguinces. Parecía
la ruta al valle de Collanes desde la Hacienda Releche. Continuamos totalmente empapados, motivados al inicio, irritados a la
mitad, dubitativos al 75% y preocupados en la travesía final. Fueron 5
kilómetros en lodo, granizo y truenos.
Llegamos
antes de las 19:00 entre nieve y escarcha. Nos recibió un zorro de monte que
lamentablemente se está domesticando por los “mimos” de los ascensionistas. Entramos
al refugio y Freddy, su custodio, nos miró con incredulidad: estilábamos
al 100%. Fue tal el cansancio que apenas en ese momento caímos en cuenta de que
podíamos contraer Raymoud o Frost Bite.
Los animales silvestres se van domesticando por acción del hombre. Foto: Juan Hadatty.
Freddy, custodio histórico del Refugio de Los Illinizas. Foto: Archivo personal.
Colgamos la
ropa. ¡Los impermeables se fueron al carajo!
Si ascendíamos al día siguiente solo teníamos una chance: que no llueva durante
el ascenso, que no llueva durante el
retorno a la Virgen para que los polares y las plumas resistieran. Comimos
algo, afuera nevaba, nunca jamás vimos las cumbres. Con un viento gélido que
creaba ecos y chillidos en el refugio fuimos a dormir, acompañados con un grupo
de checos, italianos, alemanes y Freddy.
Pero no
podía dormir. Juan lo propio. “Podrás
volver, siempre y cuando salgas con vida de esta”, medité por última vez, a
las 23:45, y decidí no intentar la cima
del Illiniza. Sería solo una caminata corta. Desertaríamos ante el primer
escollo. Fin.
Pero esta es una historia a lo Hollywood, con final feliz.
Diálogo con las estrellas en los Illinizas. Foto: Juan Hadatty.
A las 04:40
del 4 de febrero de 2018, una voz dulce y resoluta me despertó (Juan había
salido a hacer fotos media hora antes). “¿Daniel,
eres tú, viniste a aclimatarte? Vamos a la cumbre del Illiniza Norte. La
montaña está preciosa. Apúntate”, fueron las palabras de Jasmín Almeida,
una montañista que conocí en el cerro Puntas, y que esa madrugada me despertó
en compañía de Esteban Inga y Michael Montoya, dos expertos andinistas que nos
guiarían a la cumbre.
Estaba medio
dormido cuando armé la maleta de asalto. ¡Estábamos equipados hasta los
dientes! Con la sola preocupación de que el impermeable no viajaba con nosotros
y nos podíamos congelar. De repente salí
del refugio y observé el diálogo de las Pléyades, la Cruz del Sur, Centaurus y
Piscis Austrinum atravesados por la Nube de Magallanes. ¡Los Illinizas nos
daban permiso! La Pachamama, el Cosmos, la naturaleza nos decían “padecieron ayer pero valió la pena.
Adelante, tienen autorización para acceder a las cumbres anheladas”.
Amanecer desde Los Illinizas, al fondo el Cotopaxi. Foto: Daniel Ortiz.
La montaña es un ejercicio de soledad y de autodescubrimiento.
Ascender
solo está bien. Pero en la adversidad siempre se necesitan esos amigos que
devuelvan el optimismo. Una vez el Frank Carrera Montoya me dijo que “los amigos de montaña son amigos para toda la vida”. Yo creo
firmemente en sus palabras porque aunque ahora está en Melbourne, Australia,
seguimos en contacto, nos mandamos memes y guardamos la esperanza de subir el
Everest algún día.
Amistad de montaña. Amistad de toda la vida. Foto: Michael Montoya.
¿Qué más se
puede decir? Caminamos casi tres horas hasta la cumbre del Illiniza Norte (trekking lento por la alta acumulación
de nieve). Atravesamos el paso de la muerte, abrimos camino entre la nevisca,
nos encordamos en la antecumbre, en el último escollo antes de la
inmortalización, y alcanzamos una de las cimas más guerreadas y batalladas de
nuestras vidas. A los 5.126 msnm, el
Cosmos nos premió con un espectáculo único, la ruta escénica más maravillosa de
los Andes, la avenida de los Volcanes en todo su esplendor.
La Avenida de los Volcanes. Del Chimborazo a los Pichinchas. Foto: Daniel Ortiz.
El Cotopaxi
nos seducía, el Illiniza Sur nos decía que es la asignatura pendiente, el
Corazón nos recordaba la humildad, el Chimborazo nos hacía delirar y, en el fondo, en el noroccidente, los
Pichinchas nos recordaban quiénes somos y dónde pertenecemos en este pestañeo
mínimo que es la vida.
Conocer a
Juan ha sido uno de los mejores regalos que la vida me ha hecho en los últimos
años. Pasan los días y el círculo sigue cerrándose aún más. Qué bueno que
gente como Hadatty, la Jasmín, la Elisa, el abogado o el Pablito sean partes del círculo
cerrado.
Saludos desde la cumbre a 5.126 msnm. Video: Daniel Ortiz.
Esteban Inga, un guía genial. Foto: Juan Hadatty.
El equipo llegando a la antecumbre. Foto: Daniel Ortiz.
Descendimos hasta la Panamericana a las 14:00. Un policía, que ya no recuerdo su nombre, nos recogió cuando jalábamos dedo (autostop). Increíblemente y contra todo pronóstico, alcancé a llegar al Colegio Juan Montalvo para sufragar. Juan de la misma manera en el 24 de Mayo, faltando 5 minutos (eso me dijo).
¡Votamos! Foto: Daniel Ortiz.
La montaña
es una joya de la Pachamama, la que permite superar límites, saborear fracasos
o testificar la muerte. Quienes tienen alguna experiencia en trekking y
climbing son conocedores de la magia que envuelve el andinismo, de la energía
que otorga para la vida, pero también son conscientes de los riesgos que abarca
la fuerza gravitacional en una potencial caída, sobre todo en invierno. Por tal
razón, a la montaña se acude con
respeto, fidelidad y transparencia.
El escalador citadino es un transgresor de miles de años de
evolución tectónica. Ahí radica la necesidad –la obligación- de pedirle permiso
a la montaña. Afortunadamente son muy pocos quienes se acercan con vanidades
personalistas a los Andes, Alpes, Himalayas, etc. Los atletas de montaña somos espectadores
privilegiados de la naturaleza.
El ascenso más aguerrido y batallado de 2018. Foto: Jasmin Almeida.
El ejercicio
de humildad debe ser la constante.
En las
faldas del Annapurna (8.091 msnm), Linda Wylie hizo grabar estas palabras para recordar la vida del enorme Anatoli Bukréyev (+):
Las montañas
no son estadios donde satisfago mi ambición de logros, son las catedrales donde
practico mi religión. Yo voy a ellas como las personas van a la oración. Desde
sus majestuosas cimas veo mi pasado, sueño el futuro y, con una inusual
agudeza, experimento el momento presente...mi visión se aclara, mis fuerzas se
renuevan. En las montañas yo celebro la creación. En cada viaje (a ellas) nazco
de nuevo.
-
@Escribidor_Ec