El Rucu Pichincha y los enamoramientos

Hace un año comenzó una nueva pasión, un viaje personal, un desafío particular, un sueño reivindicado a través de las montañas del Ecuador. El 20 de agosto de 2016 será un día inolvidable porque conllevó un redescubrimiento, el renacimiento de una quimera truncada desde la niñez. 

Foto: Juan Hadatty

Toda mi vida quise ser andinista pero nunca hice el menor esfuerzo para alcanzar esa meta. No me visualizaba en la cumbre, no caminaba entre la nieve, no cramponeaba (no sabía que existía ese verbo), ni sabía qué era un arnés, un piolet o una línea de vida. Cada vez que contemplaba el Tungurahua decía “el próximo año será, ya buscaré una agencia, ya tonificaré mi cuerpo, ya subiré esas inmensas armatostes tectónicas”. ¡Pero no hacía nada y la vida pasaba de largo!

Trabajé como periodista desde el 2005, luego como relacionista público, reportero gubernamental, hacedor de discursos y otros cargos más relacionados con la comunicación política. En esa década tuve dos novias, una hippie y una pinky (en ese orden), con las que me sentí muy augusto, con una vida pequeño burguesa, una dosis de poder, buenos restaurantes, excelentes tragos y vida bohemia. Luego fui a estudiar a Europa, abrí la mente, cambió el mundo, cambió mi mundo. 

Sin embargo, esa experiencia fue efímera y sucumbió con el tiempo. Debía retornar a Ecuador pero cuando volví me sentí como un expulsado más de mi Patria. La cotidianidad me abrumaba, nada apaciguaba la sensación de exilio, de extrañamiento de pérdida, con un incurable sentimiento de viajero eterno. Fui a conciertos, tuve fiestas de bienvenida, cerveza, tabaco, comida nacional y vaciles de media noche, pero nada aplacaba la impresión de vacío y encierro. 

Pasaron más de 15 días desde mi retorno y todo me aburría, hasta que un anuncio en Facebook de Kuntur Adventure me cambió la vida (pero hasta ese momento no lo sabía). Entonces conocí a Eli y Juanca, mis primeros guías en el viaje por las alturas, en el andar entre páramos y nieve perpetua. El sábado 20 de agosto de 2016, Kuntur me llevó a la cumbre del Rucu Pichincha, a 4.718 msnm. 

 Fotos: Daniel Ortiz

Había admirado siempre a este hermoso volcán extinto desde mi barrio, La Comuna, desde La Carolina, desde el sur de Quito, pero nunca imaginé que un día podría llegar a su cúspide. 

El dolor del cuerpo fue monumental la semana siguiente, pensé que esa incursión habría sido debut y despedida, que no era para mí. ¡Pero no! Ese dolor fue tan embalante, tan motivador que el miércoles ya estaba inscribiéndome para subir a otro titán: el Sincholagua. Luego vinieron los cinco miles, los de escalada, los de España, y pronto vendrán los nevados del Perú y los Himalayas…

 Fotón: Damián Frutos

Mi descubrimiento en la cumbre del Rucu Pichincha, en la inmensidad de los Andes, fue como un enamoramiento. Sabía dónde estaba mi principio y también donde estaría mi final. Entonces aprendí a perdonarme y a perdonar y a seguir adelante con la fuerza abrumadora de la montaña. Aprendí a descubrirme, a reencontrarme con mi poder ancestral, con la belleza de la Naturaleza.

Cuando subí la primera vez al Rucu Pichincha lo hice con Jean, unos tenis y Eli me prestó el casco de la bicicleta. Era el mamarracho de las alturas como tantos otros que desertaron en el camino. 

 Foto: Leo Pedrosa

El sábado 19 de agosto, a las 06:40, nos reunimos los panas de Argentina, Venezuela y Ecuador para honrar ese primer aniversario y para preparar el asalto a la Whimper de Octubre. Y esta vez lo hicimos bien: ya no desde el Teleférico sino desde la avenida Occidental, en un impresionante despliegue físico y una profunda convicción espiritual, que es la que te conduce a la cima.

Foto: Leo Pedrosa
Yo lo hicimos en ocho horas, 14 kilómetros y dos kilómetros positivos. Y lo hicimos mejor pese a la lluvia, los rayos o sus truenos. Esta vez ya estábamos equipados con la mejor indumentaria, equipos propios, tecnología de punta (yo feliz de que llegó mi Suunto de Finlandia – ¡habrase visto a semejante longuito comunero, come mote, come papa, con tremendo reloj burgués! -). Pero lo más importante, íbamos equipados con fortaleza mental y compañerismo que guiaban nuestros pasos. 


Video: Daniel Ortiz (con Linkin Park en homenaje a Chester)

Lo que más me alegra: más personas de más nacionalidades se quieren unir a este proyecto de vida.

Kuntur nos entrenó bien y luego nos soltó, como las aves a sus crías, para que encontremos nuestro propio camino. Ese día no solo supimos que queríamos ser andinistas, supimos también qué clase de seres humanos queríamos ser y hasta dónde queríamos llegar.  


Video: Daniel Ortiz

Para los incas, el cóndor o KUNTUR es el mensajero de los dioses, el puente entre el mundo terrenal “Kay Pacha”, con el mundo divino “Hanan Pacha”. Ahora estamos listos para continuar nuestro sendero con un profundo respeto a la montaña y a la Pachamama. 

El Rucu Pichincha fue mi primer amor y al primer amor nunca se olvida.

Escribo para mí, para mi yo del futuro, porque la memoria se vuelve esquiva, por una necesidad de recordarlo todo, de abarcarlo todo. Para que mi yo del futuro asuma esto y lo vuelva literatura. 

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@EscribidorEC

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