De Casablanca a Manhattan y Lost in Traslation (I)
He comenzado una maratón contra
la vida misma. ¡Qué triste que el tiempo se esfume, se vuelva insuficiente con
el paso de los años! Afuera hay tanto por ver, contemplar y sentir. Entre esas
cosas que se han vuelto inabarcables para mí se encuentra el cine, el
mal-llamado séptimo arte en el que me considero un neófito, de treinta y dos
años y medio. Pero lo lindo es que ahora, entre idas y vueltas y
reconstrucciones, no estoy solo en ese descubrimiento cinematográfico.
A mediados de 2017 llegó a mí un film de 1942: Casablanca. Dirigida por el húngaro Michael Curtiz y rodada en su
totalidad en Estados Unidos, esta película narra los acontecimientos de la
Segunda Guerra Mundial pero desde la periferia, en Marruecos. En contexto, las
potencias aliadas y el eje se la jugaban todo por el dominio del África, era
una zona estratégica para aterrizajes o invasiones marítimas por el
Mediterráneo. El hecho es que Casablanca está bajo el control del gobierno de
Vichy y existe, en esa zona del mundo, un acuerdo “pacifista” entre la Alemania
nazi y Francia.
Pero Casablanca es un enclave
fundamental para el planeta en ese momento, porque solo desde allí despegan los
aviones que van a Lisboa, previo a la huida de toda Europa hacia los Estados
Unidos. Es así que esa ciudad se convierte en un punto de intercambio
multicultural por excelencia, algo así como París o la Barcelona de la
actualidad. En ese contexto, un americano sin pasado construye el Café de Rick, una taberna de bohemia,
tertulia, música en vivo, licores, enamoramientos, desenamoramientos, etcétera,
donde convergen autoridades francesas, acaudalados marroquíes, mafiosos,
turistas y militares alemanes, quienes tienen el dominio efectivo de Casablanca.
Rick Blaine es el dueño del antro
africano. Abstemio, cínico, amargado, expulsado de su Patria (quién sabe por qué,
pero eso es lo chévere de las obras maestras: el director - autor entra en comunión con su público para que
imagine lo que el argumento no refleja), el dueño del bar trata de pasarla
bien, ganar dinero, ligar a todas las mujeres del planeta y aumentar su
prestigio en Europa. Se podría decir que es un hombre feliz. Lo era hasta la
mañana en que Victor Laszlo entra en el Café
de Rick.
Laszlo es el líder intelectual de
la resistencia checa que enfrentaba a los nazis en el centro de Europa, previo
a la toma de Viena. Se supone que en Casablanca
encontraría el puente hacia América, donde podrá continuar trabajando
por la derrota del eje, pero como dije anteriormente el dominio real de la
ciudad está en manos del mayor Strasser, un mimado de Hitler. No pueden
capturar a Laszlo de inmediato pero sí impedir que las autoridades francesas
permitan su fuga hacia Lisboa.
¿Qué tiene que ver en todo ello
Rick si durante su vida de ambiciones ha tratado de la misma forma a beatos y
diabólicos, fascistas y demócratas? Pues, Ilsa Lund, su esposa.
Un día entra a su taberna y
escucha la canción “As time goes” de Dooley Wilson. Entonces Rick enfurece y le
dice a Sam, su pianista y mejor amigo: “te dije que nunca jamás tocaras esa
canción aquí”. Pero al regresar a ver se encuentra con la mirada de ella, Ilsa,
el amor de su vida. Entonces una serie de
feedbacks empiezan vertiginosamente mientras el gobierno alemán hace todo
lo posible para apresar a Laszlo, quien depende de un avión para escapar a
Lisboa y, un día, llegar a los Estados Unidos para continuar su guerra contra
el nacionalismo germano.
Protagonizada por la inigualable Ingrid
Bergman, Ilsa enfrenta a Rick. ¿Qué duro encontrarse con él justamente en esas
circunstancias bélicas y en los confines del planeta? ¿Encontrarse con él luego
de haberlo plantado en París, cuando él la esperaba en el metro para huir de la
invasión nazi? “Play it again, Sam. You
played it for her and you can play it for me”, ordena un desquiciado Rick a
su amigo, con respecto a “As time goes”, luego del encuentro que lo laceró, con
una botella de ron cubano, en la soledad absoluta de su café.
Con el paso de los días, ella le
narra su situación y los motivos por los que nunca llegó a la estación
ferroviaria. En resumen, recibió noticias erróneas sobre la muerte de su esposo
Laszlo en un campo de concentración y, de la nada, él aparece nuevamente en la
puerta de su casa, herido y desorientado, luego que ella y Rick se despidieron
para ir a recoger sus cosas y preparar el viaje. Igual, el amor estaba intacto
pese a que, desde mi perspectiva, Laszlo es más guay que Rick.
Para llegar a Lisboa la pareja
necesita dos salvoconductos de Francia, salvoconductos que están en las manos
de Rick. Los alemanes se aproximan, con furia, luego que Laszlo se atrevió a
entonar La Marsellesa frente a los militares nazis. Entonces Rick debe elegir
entre hacer lo correcto o elegir por el amor, entre la causa política a la que
era afín (no era tan depravado ni quemeimportista) o pasar el resto de su vida
con la única mujer que le movió (y le moverá) el piso.
Y llega el momento de la
despedida:
-Yo me quedo aquí hasta ver que
el avión ha despegado.
-¡No Rick! ¡No! Anoche dijiste…
-Anoche dijimos muchas cosas.
Dijiste que yo tenía que pensar por los dos y es lo que he hecho. Y sé que
tienes que subir a ese avión con Víctor.
-Pero Rick, escucha.
-Escúchame tú. ¿Tienes idea de lo
que te espera si te quedas aquí? Créeme, los dos acabaríamos en un campo de
concentración.
-Dices eso para que me vaya.
-Lo digo porque es cierto y es
cierto también que perteneces a Víctor. Eres parte de su obra, eres su vida. Si
ese avión despega y no estás con él, lo lamentarás.
-No.
-Tal vez no ahora, tal vez ni hoy
ni mañana, pero más tarde, toda la vida.
-¿Nuestro amor no importa?
-Siempre nos quedará París. No lo
teníamos, lo habíamos perdido hasta que viniste a Casablanca, pero lo
recuperamos anoche.
-Dije que nunca te dejaría.
-Y nunca me dejarás. Yo también
tengo mi labor que hacer y no puedes seguirme a donde voy. En lo que tengo que
hacer no puedes tomar parte. Y no valgo mucho, pero es fácil comprender que los
problemas de tres pequeños seres no cuentan nada en este loco mundo. Algún día
lo comprenderás. Vamos, Vamos. Ve con él Ilsa (…)
Más allá del raciocionio de
Umberto Eco o todos los premios que esta película ganó alrededor del mundo,
siempre me seguiré quedando con los planos y contraplanos en los diálogos,
además de los efectos catch lights en los ojos de Ingrid y el ensueño de la
neblina antes de partir. Hoy agradezco a todos esos panas de “Sí miércoles cine”
que han aceptado a este gamín en su grupo de cineastas.
Escribo para mí, para mi yo del
futuro, por una necesidad de abarcarlo todo, de aprenderlo todo, antes que todo
termine, para que esto se convierta algún día en literatura.
-
@EscribidorEC
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