La cumbre del Cotopaxi, el dolor de lo imposible
Dos veces intenté alcanzar la
cumbre del Cotopaxi sin siquiera acercarme a sus faldas. Intenté como sinónimo
de “me planteé” llegar a la cúspide
de su cráter colosal, pero entre ensueños y agobios existe una rendija muy
angosta y constreñida decidiendo la suerte de los andinistas esperanzados.
Cumbre del Cotopaxi el 3 de junio de 2018. Foto: anónima.
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Recuerdo que la última postal de
mi Ecuador, antes de ir a estudiar en Europa, el 29 de septiembre de 2015, fue
la imagen del nevado de 5.897 metros sobre el nivel del mar (msnm) lanzando
columnas de ceniza y vapor a la estratósfera. Fue un zarpazo visual y un
acuerdo tácito: “Nos volveremos a ver”,
le dije (¿nos dijimos?). El pacto se cumplió y a durante mi retorno, en el
proceso de reinstalación local, su cima se convirtió en uno de los objetivos más
importantes.
Mala suerte… el acceso total al
volcán estaba restringido.
Pero tras dos años de cierre por
las actividades volcánicas, el 7 de octubre de 2017, el Estado ecuatoriano
permitió el ascenso a la cumbre del Cotopaxi. Esta decisión elevó a tope la
demanda turística con una estampida de montañistas nacionales y extranjeros que
se inscribieron los dos primeros meses para cumplir con esa meta. Yo iría el
tercer mes: había llegado mi momento.
Yanasacha, la piedra negra que se mira desde Quito. Foto: Juan Villa.
Para esas fechas ya había
ascendido los nevados Cayambe (5790 msnm), Antisana (5704 msnm), Chimborazo
(hasta los 6.050 msnm); los montes Mulhacén y Olimpo, los puntos más altos de
España y Grecia, respectivamente; y varias paredes de escalada deportiva. Tenía
preparación y certidumbre para alcanzar la cumbre en diciembre de 2018, lo iba
a realizar con los K4, guiado por los inagotables Juan Carlos Machado, Elisa
Barba y Ramiro Garrido.
Empezó la aclimatación en media
montaña: Rumiñahui central, integral del Corazón, Illiniza Norte y Rucu
Pichincha desde la avenida Occidental, mas cuando iba a terminar la fase de
entrenamiento en el integral de los Pichinchas (Guagua, Padre Encantado,
Ladrillos y Rucu), lo inevitable sucedió, aquello que no se espera pero se
calcula en los márgenes de error.
El día de la lesión. Foto: Juan Carlos Bayas.
“Condromalacia patelar
rotuliana (rótulas a 30° con inclinación
lateral rotuliana a predominio de la rodilla izquierda), estrechamiento de los
espacios articulares fémoro tibial bilateral y fémoro patelar de rodilla
izquierda (…)”. El diagnóstico del traumatólogo, mientras sostenía mis
radiografías, fue contundente y, en resumen, indicaba que había jodido mis
rodillas por el sobreentrenamiento. El tratamiento: para de tres meses y
rehabilitación física durante 28 sesiones.
No alcancé el objetivo, no pude
llegar a la cima de la Avenida de los Volcanes en el año 2017 y el mundo se me
vino encima. Ese percance no llegó solo, recuerdo que mi rodilla izquierda sonó
como un lego partiéndose, luego hubo circo de las muletas, luego la SECOM
jodiendo, luego la ruptura con ELLA, luego el apremio de la Universitat, luego
muchas adversidades repentinas…
El primer intentó del Cotopaxi
fracasó.
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Enero de 2018 amaneció. Usaba bastones,
mantenía electroestimulación, ultrasonido y ejercicios que soldaron mis rodillas.
No haré publicidad a la clínica que me trató, pero ellos hicieron bien.
Quien lo hizo mal fui yo.
Las publicaciones de Facebook de mis
propios amigos coronando el Cotopaxi, semana tras semana, dolían. Recordé un
capítulo de Los Simpsons donde Bart se rompe la pierna y se pierde el verano en
la piscina nueva, y cómo poco a poco el primogénito se va envileciendo y
aislando.
Dolía recordar a la rubia (la que me mostró el
imperio de los sentidos) apoyando mi idea de conquistar el volcán, pero
instando la cautela: “Con calma, Daniel,
con humildad. Será lindo que cumplas ese sueño, pero no te precipites. Un día a
la vez”. Reñía sus alertas de sosiego retumbando en mi cabeza. Molestaba muchísimo
darle la razón, sin embargo, esa misma voz se convirtió en el aliciente de la rehabilitación.
(Contradecir la voz, derrocarla).
Artística de larga exposición. Cotopaxi sublime. Foto: Juan Villa
En febrero de 2018 ya no usaba
bastón. Estaba entrenando en el Parque Metropolitano y en el Bicentenario.
Francisco Orellana, mi traumatólogo, dijo que la recuperación era sorprendente:
“Daniel, estás muy bien. Solo no vayas a
sobreentrenar de nuevo. Ve despacio, evita pendientes y desniveles”. Pero yo ya me sentía fuerte,
incluso más que en noviembre de 2017.
Mis fines de semana ya no estaban
en el perímetro urbano, con Netflix y Doritos, ni en el chuchaqui (resaca) del sábado con Pilsener y encebollado. No. Yo extrañaba
la montaña y estaba cansado de la campaña política de la consulta popular.
Entonces decidí un trekking. Hice
cumbre del Illiniza Norte acompañado de los enormes Juan Hadatty, Jas Almeida y
Esteban Inga. Fue una cumbre memorable, despejada y deliciosa. “¡Daniel ha vuelto, carajo, voy por ti,
Cotopaxi, muy pronto!”, exclamé a 5.126 msnm con el Rumiñahui y el
Sincholagua de testigos.
Illiniza Norte, cuando pensaba estar recuperado. Foto: Juan Hadatty.
Bajamos de la cumbre y estaba
fuerte aún, sin contratiempos ni malestares. Entonces programé mi ascenso al
volcán activo más grande de Ecuador para mediados marzo de 2018, con Esteban y
la Jas.
El mismo ritual de aclimatación y
entrenamiento, pero al bajar del Cerro Ladrillos… contractura e inflamación de
la rótula. Debido a la vehemencia, mi lesión recrudeció. ¿Sería acaso que la
concatenación de causalidades llamadas destino estaba informándome que la
montaña no me permitiría ascenderla en el año 2018… o nunca? (Otra vez esa voz
retumbando en mi cabeza).
El segundo intento del Cotopaxi
fracasó.
3
Rememoro aún la decepción, el
cigarrillo, el ron… nuevamente lesionado y-herido-por-necio. Una tormenta que
duró varios días, recuerdo el sumergimiento underground,
la rodilla, la voz de ELLA, los comentarios de otros andinistas, los gritos de
don Francisco, el humo de los LARK, la lluvia en mi ventana. Iba a dejar la
alta montaña, era todo por esta temporada, “no
va más”.
Pero uno nunca sabe, nunca se
imagina, cómo se dará el advenimiento de los sueños.
Cotacachi, el día de la redención. Foto: Soledad.
Cuando dejé de buscar la cima del
Cotopaxi, fue la cima la que vino hacia mí. Y no sucedió en Latacunga sino en
la ante cumbre del Cotacachi (4.944 msnm). El 29 de abril de 2018, conocí a
Frank, Ángel, Ethan y Sol (me había colado en un viaje de un grupo denominado
Desde Abajo).
Ver la vitalidad de esos jóvenes,
casi sin experiencia ni técnica de montaña pero sí con muchísima motivación,
personalidad y pasión… verlos incluso impetuosos e imprudentes me devolvió al camino
de la montaña, me motivó porque “no
conquistamos montañas, nos conquistamos a nosotros mismos”. No era
necesario ser el más veloz o el más fuerte, solo debíamos disfrutar el camino.
Gente muy poderosa. Foto: Frank García.
Lo que más me llamó la atención
fue la fuerza de Sol. Poderosa, apasionada y genuina, con la transparencia de
su alma reflejada en sus ojos verdes. Fue mágica la forma en que nos conocimos,
como mágico el tiempo que compartimos. Su soporte, su cariño, su amistad, todo
en ella me devolvió la pasión por esta actividad que, en un momento, pudo
tornarse repetitiva.
Ella tuvo las llaves de la cumbre
y de los eventos que se desencadenaron después.
Fue ella quien, en las semanas
posteriores, me invitó a mi tercer integral de los Pichinchas. Sí, la travesía donde
me había lesionado en dos ocasiones anteriores.
Bajé del Pichincha sin lesiones
el 27 de mayo de este año. El siguiente miércoles hice un Rucu en velocidad. Sonreí.
Sonreí por Sol, sonreí por mi rodilla soldada y sonreí por el Cotopaxi que me
miraba desde el extremo suroriental de Quito, cómplice como en mi postal de
hace tres años.
Sol solo me direccionó e hizo
fuerzas por mí desde su casa. Yo pensé en ella desde el nevado.
No conocía a mi cordada, solo
sabía que eran amigos de mis amigos y tenía muy buena referencia de ellos.
Nadie se equivocó. Fueron los mejores. Andrés Pacheco, Fabián Chimba y yo,
Daniel Ortiz, salimos a las 00:10 del refugio del Cotopaxi. (Armados hasta los
dientes).
Antes de asaltar la cumbre. Foto: Juan Villa.
No tuvimos viento extremo, la
montaña siempre estuvo despejada, mirábamos las estrellas y a veces las
estrellas fugaces. Cuando los crampones entraron en el glaciar, cuando la
nobleza de las nieves perpetuas nos dejaba marchar con desenvoltura, cuando Yanasacha
(la pared negra gigante que yo desde niño pensé que era el cráter del volcán)
nos permitió realizar una travesía pacífica a 5.700 msnm, cuando uno por uno
íbamos dejando atrás a las cordadas que partieron antes que nosotros…
Cuando atestigüé la fuerza de
Fabián abriendo la ruta, totalmente encordado, y la pasión de Andrés, “mi pez”,
en el cierre, deslotado con su piolet, sabía que la cumbre era nuestra.
De repente el volcán comenzó a
nublarse pero no era por la neblina. Era la bienvenida del Cotopaxi, que nos
estaba recibiendo con una erupción de vapor y varios truenos. Cada paso se
complicaba por el hedor del azufre y los efectos de la altura. Ninguna grieta
fue peligro, ninguna travesía una complicación, solo que el volcán activo nos
recordaba la humildad en medio de la grandeza, éramos millones de átomos en un
universo infinito dentro de millones de multiversos y otras dimensiones.
El ascenso. Foto: Juan Villa.
Desde que bajé del Rucu cuando
sentí mi cuerpo en su mejor momento, a los 33 años, sabía que llegaría al
cráter del Cotopaxi. Una semana después, a las 05:30, veía la cumbre a 30
metros de desnivel. Estábamos a diez minutos de la cumbre, Fabián ya no
hablaba, Andrés se había agotado y yo, el primerizo de la noche, tuve que meterle
todo mi cosmos. Me encordé el torso y jalé en el último momento a “mi pez”
mientras coreaba a Fabián para que deje el resto…
El domingo 3 de junio de 2018,
con los primeros rayos del amanecer, Andrés, Fabián y Daniel coronaron el
Cotopaxi, no corrieron pero jamás se detuvieron ni se rindieron, fueron los
primeros, nunca los mejores.
Andres Pacheco, sexto Cotopaxi, ¡sabor! Foto: Juan Villa.
Fabián Chimba, la fuerza de Latacunga. Foto: Juan Villa.
Yo, el comunero. Foto: Juan Villa.
Y yo, yo lloré apenas llegué a
los 5.897 msnm.
Lloré porque recordé la promesa
hecha a mi padre (+), lloré porque recordé la voz de ELLA, sus ojos, su mirada, su sonrisa, lloré
porque recordé a mi abuelo y a todo el equipo del INHAMI visitando las faldas
del volcán 40 años atrás, lloré por la lesión, por el entrenamiento y por la
rehabilitación…
Donde la nieve se une con las nubes, la eternidad. Foto: Juan Villa.
Pero también sonreí. Lo hice por
mi madre y mis sobrinos y mis hermanas; lo hice por Eli, mi mentora; lo hice
por Silvana, Agustín, Sol, Hadatty, Davoman, Damián, Frank, Leo y Jaime.
Desde la cumbre vimos extasiados
la eternidad, donde la nieve y las nubes se conciertan y fue hermoso. Vimos
también nuestro presente y nuestro futuro, las nuevas metas y su felicidad.
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Esta crónica está dedicada a
quienes se lesionaron y lo dejaron todo para levantarse.
@Escribidor_EC