El 25 de septiembre de 2015 arribé a Salamanca. Fue el medio día de un viernes caluroso cuando descendí del Ave Renfe, procedente de Madrid, para internarme en la ciudad patrimonial que me acogería el próximo año universitario. Mis viajes anteriores a Europa no superaban los quince días, así que esta vez, cuando el tren salió de Atocha, era consciente de que no había vuelta atrás. Puente romano de Salamanca. Foto: Juana Guerrero . Al otro lado del Atlántico se quedó mi familia, mis amistades (“la comunidad del anillo”, “los rebeldes” y “la banda del mijín”), mis costumbres, mi gastronomía (el encebollado sobre todas las cosas), la comunicación social, y Quito, la ciudad de mi vida, cuyo azul agua marina fotografié a cinco mil metros de altura, registrando el último paisaje sobre la tierra de la mitad del mundo. Fue Facebook la red social que me recordó anteayer sobre este momento. Hoy todo es tan extraño. Todo se nubla, parece una mentira, una ficción, la historia de un